Federico Correa, maestro de arquitectos
Creía en “la belleza útil” porque para él la arquitectura debe ser un “servicio a la sociedad”. El arquitecto barcelonés Federico Correa, que marcó dos etapas arquitectónicas clave de su ciudad natal, la de la gauche divine y la de la ciudad olímpica, falleció el lunes a los 96 años en su casa del paseo de Gràcia.
El Colegi d’Arquitectes de Catalunya (COAC) lamentó en su cuenta de Twitter la muerte de Correa, a quien definió como “uno de los arquitectos más influyentes del siglo XX” y “un gran maestro de diversas generaciones de arquitectos”.
Nacido en Barcelona en 1924, de niño su padre marchó a trabajar a Filipinas, en la Compañía de Tabaco, y allí lo pilló la Guerra Civil. De familia burguesa y con cinco hermanos, durante el conflicto español pudieron partir a Inglaterra, donde perfeccionó su inglés. Siempre elegantemente vestido y de aire cosmopolita, nunca se casó ni tuvo hijos, pero sí novias y un romance con el amor de su vida.
Correa se asoció con su amigo Alfonso Milà (fallecido en el 2009), con quien compartió pupitres en los Jesuitas y con quien también entró en el estudio de José Antonio Coderch. “Todo lo aprendí de él –aseguró–. Yo debo a Coderch lo más importante que debe tener un arquitecto: el oficio, la práctica. La arquitectura no se aprende por ser vista o intuida, sino al sentirla cercana, al hacerse realidad”. Sin embargo, la política les separó.
Con Milà empezó su trayectoria profesional en Cadaqués, con la Casa Villavecchia (1955). Como tándem, en los años 60 y 70 emprendieron obras de interiorismo que se convertirían en referentes de la gauche divine barcelonesa, como los restaurantes Reno, Il Giardinetto y Flash Flash, los dos últimos iniciativas del fotógrafo Leopoldo Pomés, fallecido hace poco más de un año. Pero también dejaron huella sus tiendas para la empresa Olivetti.
Como profesor llegó a ser considerado una leyenda en la Escola Tècnica Superior d’Arquitectura de Barcelona (ETSAB).